Entrevista
Pepe Beunza, primer objetor de conciencia del Estado Español
Pepe Beunza fue la primera persona en introducir en España una nueva forma de lucha contra el ejército. En 1971, todavía en pleno franquismo, optó por la desobediencia civil, y tuvo que pagar con la cárcel por su renuncia al ejército. Pronto se convirtió en un referente internacional, iniciando lo que más tarde se convertiría en el movimiento de insumisión que finalmente consiguió acabar con el servicio militar. La entrevista repasa estos hechos y su trayectoria en los últimos años.
Pepe Beunza
Usted fue el primer objetor de conciencia antimilitarista y pacifista de España, durante la dictadura del general Franco, y abrió el camino a miles de jóvenes que después se negaron a hacer el servicio militar. ¿Fue una decisión muy preparada?
Sí, muy meditada y preparada. Estuve dos años para decidirme y dos años más para preparar la acción. Después de haber participado en las luchas universitarias, el año 67 conocí el tema de la objeción de conciencia. Aunque la lucha que predominaba era la del Partido Comunista, yo procedía de ambientes cristianos y de Escoltes, y estaba en otra onda. Un verano fui con la Comunidad del Arca a Francia, y conocí Lanza del Vasto. Me hablaron de Gandhi, de la objeción de conciencia, de la agricultura ecológica, de la lucha contra la guerra de Argelia, de la ocupación de centrales nucleares ... A mí se me abrió la mente. El problema, claro está, vino cuando volví a España. , allí había libertad, pero aquí no. Después de mucho pensar, decidí objetar. Y eso implicaba prepararme para ir a la prisión. ¿Y cómo se hace, eso? Había que hacer una preparación mental y física, con dos objetivos: resistir, porque cuando saliera de la prisión quería hacer otras cosas, y conseguir una ley que reconociera la objeción de conciencia. Por lo tanto, perseguía un objetivo personal y un objetivo político. Hice yoga, aprendí a hacer manualidades, a tocar la flauta ... Un día a la semana hacía ayuno y me hice un reconocimiento psiquiátrico, para saber cómo podría responder a una tensión muy fuerte. A nivel político, preparamos grupos de apoyo en Valencia, Madrid y el País Vasco, e hicimos una ruta por Europa, porque no quería que el mío fuera un martirio inútil. Esta campaña tuvo mucho éxito, porque en aquella época Europa estaba un poco dolida por el hecho que todavía existiera Franco. Ya había pasado en mayo del 68, hablamos del año 70. Para los demócratas europeos, Franco era una ofensa. Cuando los pacifistas europeos vieron a un pacifista español, se volcaron.
¿Pero cómo llegó a este convencimiento y a esta decisión? Estamos hablando de un contexto de dictadura, no había ninguna tradición pacifista, el concepto de la noviolencia era relativamente nuevo y totalmente desconocido en el Estado Español. ¿Tenía raíces ideológicas familiares?
Nosotros éramos nueve hermanos, mi padre hizo la mili, era carlista, a mi abuelo lo habían fusilado los republicanos... Mi familia no tenía ningún antecedente. Simplemente, mi padre era un católico honesto. El primer acercamiento fue la comunidad del Arca de Francia, que cada año organizaban unos cursos en Castellterçol. A mí me interesaba mucho la acción noviolenta. Y fui conociendo gente que se convirtieron en mis maestros. Gente muy valiente, de Francia, que se opusieron a la guerra de Argelia el año 63. Fue un grupo muy potente, me acogieron, me enseñaron, me dieron las herramientas teóricas y prácticas y me dieron el impulso. Viajé mucho por Europa, y conocí a otros objetores que habían ido a la prisión. Aquí en España la objeción de conciencia era totalmente desconocida. Sólo había salido un artículo en El Ciervo y otro en Mundo Social, una revista de los jesuitas. Los únicos que existían eran los Testigos de Jehová, había 150 en la prisión por negarse a hacer la mili, pero ellos no perseguían ningún objetivo político.
¿Tuvo miedo?
Tenía un miedo terrible. Un miedo físico, por si me hacían daño, y un miedo moral, por si no era capaz y defraudaba a la gente. Pero en el momento que dije no, y entré en el calabozo, tuve una sensación de alegría inmensa; me sentí cerrado como un león, pero al mismo tiempo estaba contento porque lo había hecho, porque me había atrevido. Fue un momento muy fuerte. Y a partir de entonces fue aguantar y aguantar.
¿Cómo interpretó la izquierda su decisión? ¿Daban apoyo a la lucha noviolenta como la que usted defendía?
Eso fue muy duro, porque el sentimiento de soledad era muy fuerte. Yo en Valencia era relativamente conocido porque ya llevaba años luchando desde la universidad. La izquierda me respetaba, pero pensaban que estaba loco. Para ellos, ir a la prisión era absurdo, la táctica era escaparse. Además, ellos decían que se tenía que ir a la mili para aprender a utilizar las armas y apostaban por la revolución violenta. Era la época del Che Guevara, de la guerra de Vietnam..., pero también la época de Martin Luther King. Por lo tanto, no estábamos huérfanos del todo.
Leo una frase suya que aparece al libro "La utopía insumisa de Pepe Beunza, ", de Pedro Oliver: "Es maravillosa la fuerza de la noviolencia y de la desobediencia civil. Les estaba diciendo a unos policías que iba a cometer un delito y no podían hacer nada para evitarlo".
La policía de Valencia ya me conocía. Unos días antes de negarme a hacer la mili, me llamaron, que querían hablar conmigo. Fui a la comisaría, y me preguntaron que qué era eso de que no pensaba hacer la mili. Yo se lo confirmé y de aquí viene la frase: estaba a punto de cometer un delito y los policías no podían evitarlo de ninguna manera. Entonces comprendí la fuerza y la inteligencia de la noviolencia. Una de las condiciones es que la noviolencia no tiene que ser clandestina, aunque tienes que escoger bien el momento y el lugar para hacer pública tu acción. Y en aquel momento los policías no podían recurrir a las armas. La policía está muy preparada para la acción violenta, pero ante la acción noviolenta, no saben qué hacer.
Pedro Oliver, autor del libro e insumiso, considera que Usted le ha dado un contenido contemporáneo al mandamiento cristiano del "no matarás". ¿Podemos vincular su decisión ideológica al catolicismo social o al pacifismo social?
Para mí, las raíces cristianas eran muy importantes, porque así me habían educado, también en el mandamiento de "no matarás", que no se practica nada. Hace unos años, durante un acto sobre Gandhi, se organizó una mesa redonda con diversas personas, y cada una tenía 5 minutos. Y yo me pasé los 5 minutos diciendo: "No matarás". Y los dije a los asistentes: "no sé si recordaréis lo que han dicho los otros, pero de lo que he dicho yo seguro que sí". Es un mensaje tan evidente... La idea me la enseñó una anarquista francesa, que se llamaba Marie Laffranque, que iba en silla de ruedas y vino a España a manifestarse. ¡Ella era anarquista, y reivindicaba el "no matarás", una persona no creyente y me lo tenía que recordar a mí, que era católico! Se trata de tener una cultura de la vida.
De todas maneras, llegó un momento que me di cuenta de todo el engaño y todo el montaje estructural de la Iglesia. En España los obispos tenían cargos militares, bendecían cañones y presidían desfiles, eso me supuso un choque. La misa de la prisión, que era obligatoria, era una cosa increíble, totalmente fascista. Yo me sublevé y me fui distanciando de la iglesia oficial.
Al final pasó dos años en la prisión y quince meses a un batallón disciplinario en el Sahara. Afrontó dos consejos de guerra. ¿Valió la pena?
Cuando uno pasa este tiempo en la prisión, es tiempo que te han robado. Entré con 23 años y salí a los 27. Cuando entré estaba acabando los estudios y cuando salí mis compañeros ya habían encontrado trabajo, se habían casado y tenían un hijo. Pero puedo decir que nuestro balance es espectacular. Ni en el más optimista de los escenarios podíamos soñar que 30 años más tarde desaparecería la mili. Era una cosa impensable. Cerca de un millón de jóvenes se declararon objetores, 40 mil se hicieron insumisos y estaban dispuestos a ir a la prisión... y el año 2001 la mili desapareció. Por lo tanto, tenemos un balance muy duro, pero muy positivo. Pasamos momentos difíciles, pero también hubo momentos muy divertidos, y eso también se tiene que decir. Creo es la aventura más apasionante que podemos ofrecer a un joven: meterse en la lucha noviolenta para transformar a la sociedad, por la justicia, por los derechos humanos. Tendrá emociones fuertísimas, tendrá padecimientos, pero también unas alegrías extraordinarias. Si tú quieres ir al Everest, te tienes que preparar; pues para esta lucha, también. Y no empiezas yendo al Everest, empiezas con el Tibidabo, poco a poco, ¿no?
Pero usted también hubiera podido decir: no quiero hacer la mili, y por lo tanto me escapo y me voy a vivir al extranjero...
Sí, claro está, pero yo lo que quería era cambiar la sociedad, quería ser un revolucionario, a mí no me interesaba pasar por la vida como un vegetal, como una flor bonita.
¿Cuando salió de la prisión, qué hizo? ¿Como continuó su lucha?
Cuando volví del Sahara trabajé con Justicia i Pau, en una campaña recogiendo firmas a favor de la objeción de consciencia y la instauración de un servicio civil. Conseguimos unas 900, y las presentamos a la Iglesia y al gobierno. De paso hice charlas por todo el Estado Español y pude contactar con mucha gente. Así creamos un grupo con quien empezamos la campaña de Can Serra, en Hospitalet. Con la muerte de Franco, los objetores empezaron a salir por todas partes. Estos grupos de apoyo fueron el germen de la insumisión. Estuve dos años de okupa en Gallecs dos años, y después trabajé de profesor en una escuela de Caldes de Montbui y allí me estabilicé un poco. Pero continué haciendo charlas y dando apoyo a los insumisos: los acompañaba a la prisión y los recogía cuando salían, los escribía... Así hasta el 2002, cuando se suprimió el servicio militar obligatorio. Pero no tuvimos ni tiempo de celebrarlo, porque vino la invasión de Irak y la campaña Aturem la guerra, las acciones a favor del desarme... He participado en todo lo que he podido.
Por lo tanto, la noviolencia continúa vigente como herramienta de cambio y de presión...
Claro está. Hace poco, por ejemplo, leí un artículo de Manuel Castells, donde decía que para conseguir la independencia de Cataluña sólo queda la alternativa de la desobediencia civil.
¿Y cómo se articula esta desobediencia para que sea efectiva?
Pues con una huelga general; pero también no pagando impuestos, creando estructuras paralelas de autogobierno... Se tendría que estudiar muy bien. Son luchas a largo plazo. Pero mira qué ha pasado en Túnez. Es como la existencia del ejército. Los ejércitos son inútiles, porque no nos pueden defender de nada. Pero no hay ningún partido político parlamentario que defienda la eliminación de los ejércitos. Algún día alguien se dará cuenta de que todo este gasto militar es ridículo. Con la cuarta parte de lo que se gasta en el mundo en armamento podríamos tener resuelta el hambre, la pobreza, el acceso a la vivienda... Algún día se encenderá la luz, pero no lo hará sola. Aquí en Cataluña, el partido de [Joan] Carretero ha propuesto la creación de un ejército catalán y a mí se me ponen los pelos de punta. Toda la ideología militar se basa en el engaño. Que si tenemos que proteger la frontera sur; ¡pero si el gobierno español le está regalando armas a Marruecos!
¿Cuál sería la alternativa a los ejércitos?
Cuando hablamos de eliminar a los ejércitos, queda como una idea negativa. La propuesta positiva sería crear un Servicio Civil o unas Fuerzas de paz noviolentas. En un conflicto, sólo tenemos el ejército para intervenir, y el conflicto se complica. Tendríamos que tener gente formada en mediación, en negociación, en interposición. Claro que tenemos que continuar debatiendo: sobre violencia sabemos mucho, en cambio sobre noviolencia somos todos aprendices. La violencia está muy mitificada, y la violencia no lleva más que a la destrucción, la tuya y la de los otros. Mira, sino, la bomba atómica. Cataluña podría ser pionera en este ámbito: ¿por qué no creamos un cuerpo de diplomacia paralela, de mediación, como hacen Noruega, o Suecia?