En profundidad
Ciberactivismo por la paz: entre la urgencia y la reflexión
Jordi de Miguel
En palabras del analista David de Ugarte, los atentados terroristas del 11-M representaron, "nuestro bautismo de sangre en la sociedad en red". Los ataques no solo provinieron de una organización en red y de un hacking del sistema público de transportes, "netwar en estado puro"; también la ciudadanía reaccionó con una actitud novedosa en la que la confianza en la propia red de información, la velocidad y la viralidad condujeron a una movilización capaz de condicionar el clima social y los resultados electorales. El ciberactivismo se instaló entre nosotros a golpe de SMS.
A pesar de la escasez de proyectos centrados en el uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales, desde entonces las ONG de paz han aprovechado la apertura de nuevos espacios para difundir información, promover recogidas de firmas o realizar envíos masivos de quejas a los responsables políticos. El ciberactivismo se ha convertido así en una buena puerta de entrada para vincular el pacifismo de cariz genérico, emocional y ético a un programa de acción orientado a la incidencia política en torno a diferentes conflictos.
Cabría preguntarse sobre la aparente dificultad en encajar los valores en que se sustentan las ciberacciones y la necesidad de reflexión y análisis, sin restricciones de tiempo ni de espacio, para entender los conflictos y los procesos de paz. En verdad, muchas ciberacciones se inscriben cómodamente entre los parámetros de la "percepción itinerante": todo a un ritmo rápido, falta el contexto y a menudo nos vamos sumergiendo de acción en acción sin ni siquiera comprobar la profundidad del agua. La aparición de este fenómeno ha hecho que los más escépticos ya hayan acuñado los términos slacktivismo (slack = "perezoso") y clickactivismo como divisa de esta nueva forma de actuar.
Dentro del catálogo de herramientas y espacios en la red, podemos encontrar algunas que, como Twitter y Facebook, pueden resultarnos útiles para conseguir y distribuir información de forma masiva y rápida, generando estados de opinión más o menos efímeros. Las últimas semanas han sido un buen ejemplo de cómo la red multiplicaba la cultura de paz a través de la difusión de campañas como el Día de la Acción Global contra el Gasto Militar (#gdams) o de informaciones sobre algunos conflictos que llegaban directamente del interior de los países donde stos habían estallado (Costa de Marfil). También cabe destacar la influencia de la agenda de la red sobre la agenda mediática tradicional, un reciente y muy intenso ejemplo lo encontramos en el caso del uso de bombas de dispersión de fabricación española en Libia.
Sin embargo, la potencialidad de estas herramientas a menudo puede quedar reducida a un mero intercambio de impresiones, más o menos superfluo, entre un círculo afín y una pequeña ampliación de este gracias al ariete tecnológico. Para este viaje no se necesitan alforjas: ¿acaso somos siempre los mismos hablando sobre los mismos temas? ¿Cuántas ONG de paz son capaces de conversar en la red con ciudadanía y entidades que no son afines a sus planteamientos?
Al hablar de herramientas para la ciberacción podríamos incluir también las wiki y los blogs, los cuales, más allá de la distribución de información, pueden ayudarnos a generar contenidos de forma colectiva y a construir los cimientos comunes que permitirían asumir una sólida cultura de paz que, ciertamente, se mueve en parámetros de creciente complejidad. Quizás habría que ampliar el alcance del concepto "ciberactivismo" para incluir cualquier acción hecha a través de las nuevas tecnologías y con voluntad de transformación social, independientemente de su rapidez, facilidad o afán de urgencia. Y pese a ello, siempre se tratará de integrarlo todo en una estrategia de comunicación, también compleja, que, sin olvidar los medios tradicionales, combine herramientas, objetivos y públicos diversos.
No debemos entender las redes sociales tan solo como una manera de amplificar el altavoz o de llegar a más gente: gracias a su uso, los agentes de paz se aproximan a los valores asociados a su trabajo, como la horizontalidad, la participación, la transparencia, la gestión democrática y, sobre todo, el diálogo y la negociación. Con independencia de las herramientas, lo importante es la actitud comunicativa, con afines y no afines. La naturaleza dialógica de las redes sociales exige conversación y colaboración y si buscamos fomentar la cultura de paz no debemos comportarnos de acuerdo con modelos de comunicación que consideran al receptor como un mero consumidor de mensajes o un sparring. El reto del movimiento por la paz será, pues, saber combinar, con herramientas y actitud, la necesidad de movilizar acciones concretas para la paz con el imperativo de fomentar un análisis complejo de los conflictos, y ser capaces de discutir y compartir dificultades y propuestas con la base social real y con la opinión pública virtual, no necesariamente afín, que en algún lugar, más allá, también dialoga.