Tribuna

De acuerdo con Osama

Pablo Aguiar
Técnico del ICIP
Pablo Aguiar

Pablo Aguiar

En estos tiempos de indignación generalizada tener que escribir sobre la muerte de Osama Bin Laden resulta decepcionante. Sin embargo, las opiniones mayoritariamente expresadas me exigen hacerlo. Estamos cerca del décimo aniversario del fatídico atentado contra las torres gemelas y el posterior inicio de la llamada "guerra contra el terror". No obstante, a pesar de algunos avances importantes como la CPI, el saldo final es bastante pobre: reivindicar hoy los derechos humanos y la justicia sin excepciones se ha reducido a opiniones minoritarias y a menudo consideradas fruto de un tipo de progresismo iluso y trasnochado.

Vayamos por partes. Osama Bin Laden no era una persona por la cual sintiera una particular simpatía. Ni su fanatismo religioso, ni el uso de la violencia, utilizada de forma masiva, indiscriminada y contra población civil, se pueden encontrar más lejos de mis convicciones. Sin embargo, disfrutaba de un cierto predicamento para algunas personas, especialmente por su supuesto antiamericanismo, pero el análisis de la atracción que generaba este asesino daría para un artículo distinto. Lo cierto es que en nuestra mediática sociedad, necesitada de ídolos y también de personificar a los enemigos, habíamos convertido a Osama Bin Laden en el enemigo público número uno, la encarnación del terrorismo internacional.

Pues bien, el día 2 de mayo, leíamos por sorpresa que el ejército de Estados Unidos había abatido al líder de Al Qaeda. Progresivamente se fueron conociendo algunos detalles, pero era tal el grado de confusión que durante unas horas aparecieron en escena una fotografía burdamente manipulada y también una extraña noticia ofrecida por algunos medios, según la cual los soldados estadounidenses se habían llevado las gallinas y las vacas de la casa de Bin Laden en helicópteros.

Llevar a cabo una operación militar en territorio de otro país, sin conocimiento de este, contraviene diversos tratados internacionales. Hay que aclarar que no está claro que la operación se llevara a cabo sin conocimiento de Pakistán: esto es solo lo que han manifestado ambos países. Pero hace tiempo que Wikileaks está probando lo que sospechábamos: en la política internacional la distancia entre las declaraciones y los hechos es a menudo de 180º.

Entra dentro de lo probable que una intervención militar contra un supuesto terrorista acabe con muertes.  La verdad es que bien pronto (17 de septiembre de 2001) George Bush Jr. declaró que Osama era un objetivo buscado "Dead or Alive", tal cual el Lejano Oeste (si fuera una parodia, probablemente no lo habría hecho mejor). También resulta revelador que, cuanto más sabemos del operativo, más parece que el objetivo principal y prioritario era el asesinato de Bin Laden. Primero dijeron que estaba armado, después que parecía que lo estaba, para finalmente asegurar que estaba a punto de estarlo. Como diría Iker Jiménez, "Todo plantea cuando menos dudas inquietantes...". Pero ya digo que, pese a apuntar que se trata de un asunto muy grave, no es exactamente su muerte lo que más me preocupa, sino sus consecuencias.

En primer lugar hay que recordar, entre otras, las palabras del secretario general de Naciones Unidas que se ha declarado "aliviado porque se ha hecho justicia". Pudiendo aceptar la muerte de Bin Laden como una consecuencia inevitable de la operación militar, lo que es evidente es que lo que ha sucedido no puede estar más lejos de cualquier concepción moderna que tengamos de la justicia. No, matar a alguien nunca es justicia, pero si lo hacemos sin la existencia de un juicio todavía lo es menos. Aquello parecía que lo teníamos claro, pero las diversas reacciones me han obligado a escribir una obviedad como esta.

En segundo lugar, los hay que, a pesar de reconocer que en términos éticos podía no ser la mejor opción, en términos de efectividad no dudan de los beneficios de la acción. Aquí podemos incluir, entre otros, a Catherine Ashton, alta representante de la política exterior de la UE, o al presidente del gobierno español, uno de los más rápidos en felicitar a EEUU, y que en sede parlamentaria declaró "la comunidad internacional ha valorado de manera prácticamente unánime que la desaparición del terrorista Bin Laden es una noticia que favorece la seguridad y la lucha contra el terrorismo internacional". ¿Alguien cree de verdad que los GAL, por poner un ejemplo próximo, tuvieron alguna incidencia positiva en la lucha contra el terrorismo? ¿Acaso no sabemos que las acciones de guerra sucia sirvieron para agrandar la base social en la que el terrorismo se sustentaba? Para acabar con el terrorismo la única herramienta efectiva, no ya ética, es el uso del derecho, de la ley, no hay atajos. Y a quien no lo crea así habría que recordarle las sabias palabras de Gandhi: "Ojo por ojo ... y acabaremos todos ciegos".

Como conclusión, estoy completamente convencido de que Bin Laden hubiera estado de acuerdo en aprobar una operación como la que acabó con su vida. Si él hubiera estado al frente de un ejército y un servicio de inteligencia y hubiera querido acabar con un terrorista, no tengo ninguna duda de que hubiera aprobado una acción como aquella. Y él también lo habría definido como justicia. A algunos esto tendría que hacerles reflexionar. A mí hay similitudes que me indignan.