Editorial

La Paz no nace. Se hace. (eneko)

La investigación para la paz y los estudios de resolución y transformación de conflictos hace tiempo que insisten en la importancia de la comunicación en la dinámica de los conflictos y en su resolución, tanto en su fase violenta como en los momentos en que el acento se pone en las negociaciones para conseguir un alto el fuego o en la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz a medio y largo plazo. Además, recientemente se ha insistido también en el papel primordial que en la época de la globalización y de la cibertecnología, tienen y pueden tener en la resolución de conflictos las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, y en particular la red global de comunicaciones electrónicas y las redes sociales. De ahí la importancia de dedicar el En Profundidad de éste número de la revista a esa temática, a la relación entre guerra, paz y comunicación. Y de ahí también las reflexiones siguientes.

Hay que subrayar, en primer lugar, que las tecnologías, a pesar de no ser neutras, tampoco tienen valores implícitos: todo depende de quién y cómo las utilice. En el mundo de la comunicación de masas, la tecnología es un instrumento de doble filo. Por ejemplo, la radio sirvió para convocar a un genocidio (Radio de las Mil Colinas, Ruanda, 1994), pero también sirve ahora en el Congo como instrumento para cohesionar a las mujeres víctimas de la violencia sexual y para dar a conocer sus problemas, o en Burundi para articular una emisora abiertamente multiétnica (proyecto Ijambo). Podemos dar otros ejemplos: los mismos teléfonos móviles que han necesitado coltan para funcionar y han alimentado algunos conflictos bélicos, se usan para vender minerales y comprar armas de forma cotidiana en los mercados mundiales, y, en una experiencia pionera en Burundi, para adiestrar a 8.000 líderes locales en resolución de conflictos y, al mismo tiempo, para que ellos los utilicen con sus comunidades. Los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, pueden servir tanto para informar, educar, empoderar y, por lo tanto, como factores de conexión o unión, como para crear estereotipos, atizar la violencia, dividir y, mediante violencia cultural, legitimar soluciones violentas y fracturas del tejido social. Por lo tanto, a pesar del papel especialmente esperanzador de las redes sociales a las revueltas árabes o a la gestación en España del movimiento regenerador de la democracia llamado "15 de mayo" a través de acampadas en plazas de las principales ciudades del país, también pueden servir para finalidades totalmente antagónicas. Parafraseando a McLuhan, el medio es ciertamente el mensaje, como muestran las constricciones de caracteres de Twitter, pero el mensaje puede ser muy diverso.

En segundo lugar, hay que tener presente que los periodistas que cubren conflictos armados o procesos de construcción de la paz lo hacen sometidos a fuertes constricciones contextuales, de acceso a la información en condiciones difíciles, de marcos mentales y percepciones colectivas de las que no pueden separarse plenamente. Y sabemos que en los conflictos las percepciones, estereotipos y marcos mentales sobre el otro, sobre la identidad del enemigo, tienen una importancia primordial. En todo caso, la gran novedad de la posguerra fría es haber mostrado que los periodistas y medios de comunicación pueden tener también un papel dual, de doble filo; pueden, a menudo inconscientemente, favorecer la legitimación de la violencia (como suele decirse, tendrían un papel warmaking) pero también tienen la posibilidad de ser un factor de construcción de paz. En este sentido, contamos con las propuestas, sencillas y fáciles de aplicar, de Lynch y Galtung 1.

De ellas derivan algunos principios prácticos para ejercer un periodismo responsable en términos de construcción de la paz, articulados en torno a 6 recomendaciones:

a) Evitar las simplificaciones al presentar conflictos como dos posiciones enfrentadas por un único tema, cuando suelen estar implicadas numerosas causas y estar presentes diversos actores.

b) Evitar presentar las partes en conflicto como una confrontación entre el bien y el mal.

c) Dar cobertura a las iniciativas de paz, de las élites y de los actores de base, y explorar formas cotidianas de trascender la conflictividad.

d) Utilizar un lenguaje preciso, evitando al máximo palabras demasiado emotivas o etiquetas demonizadoras.

e) Prestar atención a los objetivos compartidos y los cimientos comunes existentes entre las partes.

f) Afanarse por evitar las disfunciones perceptivas, mediante una información lo más precisa posible.

Las dos observaciones pueden resumirse con la ayuda de dos clásicos del pensamiento sintético, de las sentencias cortas. Ser conscientes de la dificultad de comunicar, porque decía Georges Bernard Shaw que el principal problema de la comunicación es la ilusión de creer que lo has conseguido. Y recordar que, como ya recomendaba al estoico Epicteto, antes de hablar hay que saber el significado y las implicaciones de lo que dirás. Teniendo en cuenta ambas cosas, las oportunidades de un mundo casi permanentemente conectado son enormes.

Rafael Grasa


1. J Lynch/J Galtung, Reporting conflict: New Directions in Peace Research Journalism, Brisbane, University of Queensland Press, 2010. (Volver)