En profundidad
¿Es posible configurar un mundo diferente a través del periodismo?
Cristina Ávila-Zesatti
Configurar la realidad: el negocio de la guerra mediatizada
Un cliché bastante aceptado en las redacciones es aquel que dice que "good news, are bad news". De acuerdo a mi experiencia de más de 15 años en diversos medios internacionales, en realidad, las "buenas noticias" ni siquiera llegan a ser noticia. Los medios nos presentan una sucesión de imágenes y textos de un mundo colapsado, enfrentado, teñido de sangre, en revueltas constantes que parecieran surgir de un día para el otro y que se esfuman de los titulares solo para dar lugar a otro "nuevo e inexplicable conflicto" cercano o lejano.
Pero ¿realmente habitamos en el enfurecido mundo que nos presentan hoy los medios de comunicación? Lo cierto es que no, aunque esta respuesta es matizable. Vivimos en un mundo complejo, sin duda, a pesar de lo cual los medios (sobre todo, los grandes medios) están interesados precisamente en no matizar su mensaje y presentarnos una realidad fragmentada, en la que el odio pareciera ser la constante que nos define.
Para entender este "discurso de guerra mediatizado", es necesario conocer en primera instancia quiénes son "los grandes medios" a través de los cuales nos llega este arsenal de palabras e imágenes. Esos "grandes medios" que, como dice Amy Goodman, "hacen sonar los tambores de guerra".
Actualmente, cinco agencias de prensa distribuyen el 96% de las noticias mundiales: Reuters (Reino Unido), Associated Press (Estados Unidos), France Press (Francia), EFE (España) y DPA (Alemania), y cada vez más, y en forma creciente, la información también procede de la agencia china de noticias Xinhua, y curiosamente, de estos seis Estados que controlan la información, cuatro son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
En la iniciativa privada, el panorama no es diferente: los grandes monopolios informativos —impresos, electrónicos y cibernéticos—, están en manos de no más de diez capitales privados, cuyo poder es incluso mayor al que detentan los propios Estados. Un ejemplo emblemático de la vinculación entre los intereses de los Estados y de los grandes medios informativos es la empresa norteamericana General Electric, uno de los principales productores y exportadores de armas y, al mismo tiempo, dueña de la National Broadcasting Company (NBC), una de las más importantes cadenas televisivas norteamericanas y de alcance mundial. En su página corporativa pueden leerse apartados como "Supporting Our Troops", "Partnering with Governments" e incluso una política especial para Irán, bajo el título "Iran Policy".
No es un caso aislado. El "modelo CNN", que desde su tendenciosa, y también exitosa, cobertura de la primera guerra del Golfo (1991) convierte la guerra en espectáculo, y es infinitamente imitado, no solo por otras televisiones, sino también por los formatos "cortos y descontextualizados" de diarios y sitios web de todo el mundo.
Así pues, con este entramado de "relaciones peligrosas" entre medios y gobiernos, no es de extrañar que la imagen del Sur –y a veces del propio Norte— sea hoy una fotografía en blanco y negro: violencia, catástrofes, pobreza, hambre, guerras, ignorancia. Las guerras que "interesan" se magnifican, mientras que otros conflictos —armados o no—, son completamente ignorados.
Periodismo de guerra frente a periodismo de paz
En su libro Reporteando conflictos, el padre del llamado "periodismo de paz", Johan Galtung, afirma: "Hay un periodismo que, en lugar de en la violencia, pone el énfasis en las posibilidades". Para él, también para otros teóricos de esta visión del periodismo, la cuestión estriba en la ética del acercamiento a los hechos. No se trata de eludir la guerra o la violencia, sino de contarla desde otra perspectiva, la perspectiva de las soluciones, que inevitablemente están siempre presentes desde el nacimiento mismo de cualquier conflicto, sea este armado o no.
Tomar esta opción periodística, la de la paz, no debería ser tan difícil, si no fuera porque detrás del modelo informativo actual está, siempre pujante, el modelo económico neoliberal, que, por si hace falta decirlo, está basado en una "economía de guerra". Pero sin duda, para realmente soñar con contenidos mediáticos diferentes, haría falta, ni más ni menos, que configurar un nuevo modelo económico.
Este clamor no es nuevo. Aunque pocos lo saben, entre 1970 y 1980, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) elaboró el documento "Multiples voces, un solo mundo", más conocido como el Informe McBride, cuyo objetivo final era crear un "nuevo orden comunicacional" que promoviera la paz y el desarrollo humano.
El texto ya identificaba bien los problemas comunicacionales que hoy afrontamos a ultranza: concentración de los media, comercialización de la información, acceso asimétrico a la información, desequilibrio en los flujos informativos (Norte-Sur), la dependencia económica de medios y fuentes para cubrir la información.
Pero no solo las razones económicas pesan hoy en la semántica y la sintaxis que usan los medios para transmitir esta violenta imagen de la realidad. También se trata de una cuestión sistémica y cultural, motivada por la (falsa) idea de que "la violencia vende" o, dicho de otra forma, eso es lo que lectores, receptores y usuarios de los medios quieren y esperan de las noticias.
Este equívoco sensacionalista tiene razones históricas que no se han actualizado. Cuando los primeros "corresponsales de guerra" —que surgieron alrededor de 1850— comenzaron a transmitir sus informaciones de manera sistemática a través del telégrafo, decidieron que era mucho mejor exaltar el discurso bélico con tintes heroicos.
Naief Yehya, autor del libro Guerra y propaganda, afirma que "el mito de la guerra se explotó sin el menor pudor, y el público desarrolló un apetito por este tipo de narraciones que han evolucionado para convertirse hoy en 'entretenimiento bélico' (…) y que han propagado la inmoral percepción de la guerra como un videojuego".
Y antes como ahora, este "mito de la guerra heroica" lo encontramos también ligado constantemente a "cuestiones patrióticas". Por ejemplo, durante la primera guerra mundial, prácticamente todos los grandes medios de la época censuraron la información sobre una tregua ocurrida entre soldados rasos alemanes, británicos y franceses, que tuvo lugar en la Navidad de 1914, una tregua que se extendió durante varios días y a diversos lugares donde se libraban combates y que pronto fue extinguida por los altos mandos de los gobiernos, puesto que "mucho habían gastado en preparar la ofensiva".
Ejemplos como este, el de gente de a pie que emprende iniciativas pacíficas, se suceden día a día, en todos y cada uno de los conflictos (armados o no) a los que nos enfrentamos en el complejo mundo de hoy. Por su naturaleza, la mayoría de estos esfuerzos suelen ser espontáneos y silenciosos, pero además, también suelen ser "silenciados" por el statu quo, incluyendo a los grandes medios de comunicación.
Pero entonces ¿estamos los medios contribuyendo a ratificar la idea y el avance de un mundo lleno de inseguridades y violencia? O para plantear la pregunta más propositivamente: ¿puede hacer algo el periodismo para contribuir a la paz social, aun bajo el esquema económico y mediático actual? Para ambos planteamientos, la respuesta es afirmativa, y se llama periodismo de paz.
El denominado "periodismo de paz" no es, como muchos creen, el reporte de "buenas noticias", sino un seguimiento de nuestra realidad desde otra perspectiva, con otra mirada y con motivaciones distintas. Para este tipo de periodismo, en un mundo donde "supuestamente" la rutina cotidiana es la guerra, el evento noticiable es precisamente "la paz".
Y los preceptos de esta visión de la realidad se ajustan mucho a lo que es el periodismo llano, el periodismo ético, a saber: comprender cabalmente el conflicto (o la guerra) antes de intentar contarlo, perseguir la verdad simétrica con participación de todas las aristas sociales, evitar confundir conflicto con la violencia abierta y, sobre todo, presentar un reporte orientado hacia las posibilidades que surgen entre las partes involucradas.
Eso sí, el periodismo de paz requiere más trabajo en el espacio y en el tiempo. Porque esta visión pone mucho énfasis en el contexto. En "el antes y el después", en los motivos y las consecuencias, pues a fin de cuentas, la violencia es un evento, el conflicto una oportunidad y la paz un proceso. En suma, el periodista de paz tiene un ritmo distinto, y no solo denuncia: también, y sobre todo, propone.
Un corresponsal de paz como antítesis del corresponsal de guerra
Alguna vez, Ryszard Kapuscinski dijo que lo primero que él buscaba al llegar a un país sumido en la violencia era "el lugar donde renace la esperanza".
Esto mismo, la búsqueda de la esperanza, es lo que nos hemos propuesto con la creación en 2009 de un medio de comunicación digital denominado Corresponsal de Paz (www.corresponsaldepaz.org) una nueva propuesta periodística orientada enteramente a este cambio de mirada.
Al llevar a 'la primera plana' aquellas iniciativas que en todo el mundo y en todos los conflictos, surgen por parte de individuos y organizaciones que buscan restablecer la paz ahí donde la guerra y la violencia han plantado su semilla, hemos comprobado una y otra vez que hay un mundo más solidario, más humano y más propositivo. Un mundo que se contrapone a ese 'retrato distorsionado' que de la realidad nos hacen los grandes medios.
Éste es, evidentemente, un medio sin fines de lucro, fuera del entramado económico antes descrito, puesto que partimos de la premisa de que un nuevo modelo informativo requiere insertarse en un nuevo modelo financiero.
Nuestra labor ha sido posible gracias a una beca de la ONG suizo-catalana I with (www.iwith.org), una entidad que creyó y apostó por este esfuerzo periodístico, decidido a devolvernos la esperanza en el ser humano, en nuestro potencial creador, por encima de nuestra faceta destructora.
Nuestra labor autoimpuesta consiste ahora no sólo en mejorar el foco de esa 'fotografía del mundo' sino también y sobre todo, en empoderar las iniciativas pacíficas que surgen en cada conflicto y en cada guerra, porque en Corresponsal de Paz, estamos convencidos de que la ausencia de información sobre la solución de conflictos, estimula a su vez, la ausencia de paz.
El autor y pedagogo español Rogelio Blanco Martínez, afirmó alguna vez que "el mayor crimen contra el hombre es matar la esperanza", por eso nos hemos convertido en 'la visión mediática de un mundo en positivo'.