Tribuna
La larga sombra de Mubarak
Maria Fanlo
Hace medio año la toma de calles y plazas por parte de la población egipcia captaba la atención del mundo entero. Alentada por el éxito de la revuelta en el país vecino y con un profundo sentimiento de agotamiento, decidía decir basta, proferir un grito común contra el autoritarismo y la falta de libertad y se enfrentaba a un régimen de 30 años, enquistado y corrupto.
Fueron dieciocho días intensos en las calles de El Cairo, en la plaza Tahrir y en otras ciudades egipcias pero también días intensos para todos aquellos que lo seguimos con expectación gracias a una oleada de noticias informativas de diferentes tonos y colores como si de un serial diario se tratase, que hizo las delicias de los telespectadores. Sea como sea no se puede negar la cobertura de los dieciocho días de un acontecimiento histórico que seguro marcará un antes y un después en la región. Además, teniendo en cuenta que en los últimos años cuando esta situación ya se estaba cociendo, cuando el descontento ya era generalizado, cuando sectores de la población ya intentaban hacerse con las calles y eran duramente reprimidos, cuando la censura estaba a la orden del día y los abusos y la tortura eran una práctica sistemática, Egipto a menudo no merecía ni apuntes televisivos ni breves en las secciones de Internacional.
Digo esto, porque la lucha noviolenta que protagonizaron los jóvenes de la Revolución del 25 de Enero y que supo alentar a otros sectores de la población, con demandas diversas, contextos dispares pero con un objetivo común, no acabó en 18 días. A pesar del vacío informativo, quizás por la falta de imágenes de impacto, la lucha en Egipto ha continuado y continúa porque la revolución no se ha acabado. Y lo cierto es que se encuentra actualmente en un momento delicado y crucial, lleno de esperanzas pero también de incertidumbres.
Un Egipto, en un período de transición hacia unas elecciones legislativas el próximo mes de septiembre, y liderado por un Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Pese a la imagen dada por el ejército los últimos días de la revuelta y su "supuesta" comunión con la población en Tahrir, es bastante comprensible que puedan existir recelos y desconfianza del "savoir faire" del ejército en cualquier contexto de proceso democrático.
La dureza con la que se está llevando a cabo esta transición no queda muy lejos de la política de puño de hierro que parece que no cayó con Mubarak. El país que se rige por una ley de emergencia desde el año 1981 después del asesinato de Sadat, la sigue aplicando con inercia e impunidad. Ha sido y sigue siendo un arma de poderes ilimitados.
Es precisamente la derogación de esta ley, una de las principales batallas de la oposición. Pese a las promesas del ejército de derogarla cuando la situación se normalice, su aplicación ha provocado que en los primeros cuatro meses del gobierno de transición se llevaran a cabo 5600 juicios a civiles en tribunales militares. Una voz cairota, con la ironía que les caracteriza me decía, "pedimos al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas juzgar de una manera rápida a los opresores y hombres de Mubarak y ahora resulta que las víctimas de los juicios "express" somos nosotros."
Juicios militares y detenciones sin cargo que no carecen de abusos y torturas. Entre estos, algunos casos escandalosos confirmados por el ejército como el "test de virginidad" al que sometieron a dieciocho mujeres, detenidas después de una manifestación en Tahrir el pasado mes de marzo. Numerosos y diferentes casos que se van sucediendo como denuncia Human Rights Watch que insta también al CSFA a llevar a cabo una política firme de tolerancia cero con los casos de tortura y los abusos sexuales empezando por los propios oficiales de policía.
En este escenario, quizás se debería prestar más atención a la situación. Estamos ante un período transicional que sentará las bases para la futura construcción y reconciliación política y social del país. Y no sólo eso. Dentro de la llamada Primavera Árabe, el desenlace de este proceso en un país que constituye un espejo histórico en la región, tendrá repercusiones y sin duda marcará futuros acontecimientos en otros países de la zona.
Al fin y al cabo, estamos ante un país y una sociedad civil que ha pedido a gritos la necesidad y la posibilidad de renacer. Artífices de una revolución, que como dicen los propios egipcios, corre el peligroso riesgo de ser secuestrada.